domingo, 15 de marzo de 2015

El destino de la fragata Mercedes hundida por UK.

La noche del vigía es alta y hablan de ella

Pueblos que nunca han visto el mar…

Jesús Urceloy. Premio Nacional de Poesía.

Un amargo anticipo de lo que ocurriría un año después se fraguó un temprano día de octubre de 1804 recién despuntada el alba; era una tragedia anunciada. Tras la incierta bruma, aguardaba a la flota que traía caudales de Perú, una banda de salteadores con uniforme de la marina británica, o lo que es lo mismo, la marina británica haciendo lo de siempre.

A pocas millas mar adentro y enfrente de la Sierra de Monchique en el Algarve portugués, naves inglesas con turbias pretensiones estaban al acecho de la flota del Oeste. Malos augurios circulaban por el emboque del Atlántico con la península, y los agoreros y el servicio de información de la marina daban un mal pronóstico a aquellas cuatro fragatas que lentamente abandonaban poniente. El presunto fair play británico iba a saltar por los aires una vez más. Fue siempre un mito del que quizás solo el gentleman que era Nelson, se salvara.

Un traicionero a la par que certero disparo de la fragata Amphion, impactó en la santabárbara de La Mercedes de una forma salvaje e inesperada

Desde donde soplaba el viento, esto es, a barlovento; las naves inglesas mejor posicionadas y a sabiendas de que las fragatas españolas carecían de información actualizada, formaron en orden de combate. Esto, alertó al brigadier Bustamante que con los barcos muy cargados y la maniobra severamente penalizada por la mucha impedimenta embarcada, poco o nada pudo hacer frente a los hechos consumados.

Cuando ya la intención era harto evidente, los ingleses, para cubrir las formalidades, mandaron una chalupa para ofrecer la rendición. Estos, al ver que su bote no volvía de las negociaciones y se demoraba más allá de lo previsto, no tomaron el camino de en medio, sino el más avieso de obviar cualquier forma de cortesía y apropiarse del género, cosa a la que eran muy habituales. Un traicionero a la par que certero disparo de la fragata Amphion, impactó en la santabárbara de La Mercedes de una forma salvaje e inesperada.

Una tragedia redonda

¿Pero qué ocurría entretanto en la flota española? La Mercedes había saltado por los aires literalmente. Más de doscientos cincuenta hijos de España habían transitado hacia la eternidad sin previo aviso y a gran velocidad. Al menos, en apariencia, la prensa británica estaba en su conjunto indignada con la acción de guerra de su armada, actitud que todavía hoy les honra.

Pero dentro de la tragedia, el general Diego de Alvear que venía de una laboriosa gestión de límites en Paraguay, perdería a su mujer y a siete de sus ocho hijos que iban con parte de la impedimenta en La Mercedes, que a su vez venia cargada de oro, plata, canela en abundancia y las apreciadas telas de vicuña. Fue una tragedia redonda.

Flotando asido al mascarón de proa de la volatilizada fragata, un hombre al límite de la supervivencia con amputaciones de todo tipo y con una deshidratación extrema pedía socorro

Pero la cosa no acababa ahí. Flotando asido al mascarón de proa de la volatilizada fragata, un hombre al límite de la supervivencia con amputaciones de todo tipo y con una deshidratación extrema, condenado a muerte en medio de la insultante desproporción del océano que lo abarcaba, pedía socorro. El teniente de navío Pedro Afán de Rivera, creía que no lo contaba.

Devorado por la sal que entraba en sus heridas a saco; con plegarias musitadas en voz queda, ya en capilla, aquel hombre de mar, contaba los minutos que le quedaban en el infierno.

Un bote ingles in extremis acudió presto al oído de su socorro. Poco más se pudo hacer por el oficial, que cerrarle muñones y aliviarle las heridas con sal, clavo y ron. Como prisionero de guerra, iría a parar a Londres con buen tratamiento hasta que se arreglara la cosa.

Como Inglaterra no retornaba lo robado, una vez más hubo que apelar a las armas. Ya era diciembre de 1804 y Napoleón se frotaba las manos ante un aliado tan inesperado. Un año después, España entregaría el testigo del control del orbe en la trágica y memorable batalla de Trafalgar.

Un documento clave

La terrible tragedia ocurrida a la fragata Mercedes estrena el periodo de las grandes guerras napoleónicas. En esos momentos, era el 5 de octubre de 1804 y todavía estaba en vigor la precaria Paz de Amiens suscrita en marzo de 1802 por Francia y Gran Bretaña. El mundo volvía estar en llamas una vez más.

No obstante, es conveniente recordar que también en el Cabo de Santa María, catorce años antes, en 1780, en el marco de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, y concretamente en la Guerra anglo-española de 1779-1783, los servicios de inteligencia españoles proporcionarían una de las más valiosas informaciones que jamás hubieran obtenido, lo que dio pie a que una flota combinada hispano-francesa dirigida por el  general de la Armada Española don Luis de Córdova, consiguiera apresar de una tacada a dos convoyes ingleses que muy alegremente iban, uno con destino a la India y otro a América, cargados de tropas, pertrechos y armas a prestar apoyo en las guerras coloniales inglesas en ultramar.

España usó aquella carta clave a la que se aferraba Pedro Afán de Rivera en su oceánica soledad en el litigio por la propiedad de los restos de La Mercedes

Las pérdidas supusieron para Inglaterra el mayor desastre  de su historia naval hasta la fecha; dato que es conveniente recordar. El número de buques y hombres capturados, así como la cantidad de más de un millón de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro que pasaron a manos españolas, provocaron un descalabro de una magnitud sin precedentes y fuertes pérdidas en la Bolsa de Londres, lo que puso a los británicos al borde de una quiebra de la que tardarían años en recuperarse.

Siglos después, como sutil recordatorio, una carta asida a su pecho como el corazón a la entraña, hizo que Pedro Afán de Rivera proporcionara un documento crucial con el que vengar aquel cruel azar del destino y desquitarse de aquel ataque traicionero. España usó aquella carta clave a la que se aferraba Pedro Afán de Rivera en su oceánica soledad en el litigio por la propiedad de los restos de La Mercedes que más tarde le conduciría a rescatar ante los tribunales de Estados Unidos el tesoro que el Odyssey recuperó del mar en 2007 y que la fragata española llevaba cuando fue hundida en 1804.

Afán de Rivera y su misiva secreta, un postrer servicio a la patria.

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